Me recomendaron alejarme de los pirómanos, pues no les importa quemarse o quemar a los demás, sus llamas arrasan con todo a su paso y jamás están satisfechos.
¡Maldito hombre testarudo que soy! A pesar de las advertencias, acá estoy, frente a ti.
Deseando con franqueza, quemarme entre tus llamas, arder en el fuego de tu boca y consumirse sin parar en el calor de tu cuerpo.
¿Cómo explicar este deseo? Estás ansias de de hervir hasta el cansancio, sin dejar rastro, y que nuestras cenizas sean empujadas por el aliento que sale de tu cuerpo exhausto.
¿Quien quedará de los dos? No importa.
Aquí estamos frente a frente y sé que tú cuerpo me pertenece aunque no lo haga y que tu boca me llama a gritos susurrados, y sé, querida mía, que sin ser nada, como dos pirómanos, estamos dispuestos a que todo arda entre nosotros.